miércoles, 30 de marzo de 2022

UN BESO ANTES DE MORIR (1956), de Gerd Oswald

 

Bud Corliss lleva mal la presión. Es un brillante estudiante de universidad, bien parecido, con carácter, con una pátina de presunción que es un poco evidente, pero, al fin y al cabo, ¿quién no ha sido joven? El caso es que sale con una chica y ella quiere casarse por todos los medios, a pesar de la oposición de la familia que aún no conoce al chico. Los acontecimientos parece que se precipitan porque Bud se ve obligado a tomar decisiones drásticas. No quiere casarse. Y, tal vez, sea necesario fingir un accidente para que su novia acabe con sus sueños en el suelo. Bud es tipo equívoco. Esconde mucho, mucho más de lo que enseña. Y hay que tener cuidado con esa gente porque, debajo de una apariencia encantadora, de tener siempre la palabra justa en el momento adecuado, subyace algo demasiado oscuro para creerlo, demasiado turbio para probarlo y demasiado inquietante para saberlo.

En Bud conviven varias contradicciones y no son fáciles de conocer. La juventud, ya se sabe, es un pozo de idas y venidas, de cambios de opinión, de influencias asimiladas que se empeñan en traer y llevar sin sentido. Tiene muy claro que la ambición es lo que le hará sobrevivir y se lanza a por ello sin pensárselo dos veces. Los obstáculos hay que extirparlos de raíz. Sin dudar, aunque para ello tenga que matar. Se trata de mantener la cabeza fría porque, sin ser ningún experto, Bud va a fallar en sus primeros intentos. La chica debe quitarse de en medio, sea como sea, porque es un impedimento para llegar a la meta y más con el error que ambos han cometido. Quizá, algo de justicia poética hay en el lugar en común que poseen la azotea de un edificio y el precipicio de una cantera. Bud sólo quiere seguir adelante con su trama un día más. Y eliminará a los testigos porque nada, ni nadie va a impedirlo. Es tan encantador que no puede pedir más que un beso antes de morir.

Resulta algo intrigante que, en algún instante de la historia, el espectador no sabe si desea que Bud consiga lo que planea o que el destino se encargue de él con toda su crueldad. A ello ayuda el encanto que despliega Robert Wagner, que resulta el gran dominador de una trama que, en el fondo, no es más que la descripción completa de un asesino por ambición. El alemán Gerd Oswald dirige con color y convicción y, a pesar de ser una película de modestia asumida, tiene pulso y apariencia…casi como su personaje protagonista. Claro que no podrá quitarse de encima a ese sujeto un tanto molesto que se dedica a ser policía en sus ratos libres y que lleva el rostro de Jeffrey Hunter. El resto es no dejar cabos sueltos e intentar que el dinero no se escape de las manos por una chica caprichosa que no entendería jamás que la cúspide es lo más deseado y que, si Bud ha jugado a dos barajas, ha sido porque quería asegurarse la apuesta. No hay que perder las cartas, amigo Bud…

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