Querida
Roxanne:
Me
dirijo a ti por última vez antes de caer en el latente olvido de las letras.
Una vez más el sueño se hizo realidad y alguien, un tal Joe Wright, se ha
atrevido a hablar de nuestra historia, de aquellos momentos de amor que
hicieron que la eternidad fuera aún más larga. Con los insultos sobre mi
deformidad que, en esta ocasión, es diferente, con la arrogancia de los que se
creían con derecho a poseerte, ignorantes de que tu espíritu es libre, con los
versos extraviados y la incoherencia de hacer creer a todo el mundo que un
enano puede ingresar en el ejército y combatir en el frente. Una vez más, te
perdí, te recuperé y supe que Christian era hermoso.
Las cartas volvieron a
humedecerse con las lágrimas propias de quien te amo y nunca te tuvo, con sus
días de espinas clavadas por desprecios e ilusiones que se formaban en mi pluma
mientras te escribía con mi alma y con el rostro de Christian. Las espadas se
mojaron en sangre para preservar el recuerdo de ti, con su carta que fue mía
manchada en su sangre y escrita por mi letra. Y, no sin cierta osadía, muchos
poemas han sido sustituidos por canciones que no dejan de desear lo que no se
tiene y que impresiona en esa misma que asegura que el cielo estará donde yo
caiga y que, por eso, la preocupación debe ausentarse del pensamiento, volar
por encima de los muros de la carne y caer en tierra yerma porque la muerte,
hasta cierto punto, es una liberación. El resultado es que no se puede menos
que sentir simpatía por ese actor que luce su corta estatura y mucho talento en
un rostro lleno de mil expresiones como Peter Dinklage y que, en algún instante
inspirado, la carne se eriza y la emoción parece llamar a la puerta de tus
ojos. Sin embargo, tú no eres tú, Roxanne, como tampoco lo es el villano de
Guiche, como evidente es la intención de quien suprime algunos pasajes y
esconde otros para que el tema tenga cierta coherencia dentro de mi nuevo
defecto. Cyrano volvió a morir entre tus brazos proclamando su orgullo y, en un
arrullo, lo llevó de nuevo al camino de la Luna que, con un rayo, viene a
recogerlo.
El caballero Wright
intenta insuflar ritmo y algo de estética extrae de sus desordenados versos de
imagen. Y no cabe duda de que, a fe mía, hay escenarios espléndidamente
escogidos, cuidados como tus manos, hermosos como tu piel. Todo lo contrario
del vestuario que, en alguna que otra ocasión, resulta ridículo y te deja a ti,
alma mía, en difícil situación de torpeza y escarnio. Ignóralo, Roxanne.
Mantente allí arriba, con mis estrofas en tu pecho, con mi espada siempre
presta en tu defensa, con mi gaceta semanal contada de lunes a viernes con
viejos giros debidos al sentido del humor. Sé mi ángel, una vez más, y guarda
mis palabras en tu corazón para que, de vez en cuando, podamos volver a la
versión de Jean Paul Rappeneau con Gerard Depardieu asumiendo mi nombre. Al fin
y al cabo, Roxanne, la eternidad sólo se alcanza un día, aunque ese día pueda
repetirse. Para recordar la belleza, hay que volver a él, nadar en sus
sensaciones y saber dónde está lo mejor. Cyrano te lo dijo siempre lleno de
amor.
Así que ya te voy dejando hasta la próxima vez que alguien, con cualquier variación, quiera volver la mirada hacia nuestra historia de almas desparejadas, de bellezas amadas, de arrogancias desalmadas y del frío acero de las espadas. Nadie te podrá escribir como yo porque, bien sabes, las palabras que se escriben con la tinta de la pasión guardan un significado único, sin comparación posible. Mis líneas son tus miriñaques y ahí mismo, en el corsé de tus debilidades, se atan todos los deseos. Los míos también. Tuyo, siempre….
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