El mejor negocio del
mundo es aquel que produce la necesidad para la cual se ha creado. El señor
Waldo Trumbull lo sabe muy bien porque es el propietario de una funeraria
ruinosa. Así que, como buen emprendedor con visión de futuro, va a comenzar a
producir cadáveres a tal velocidad que el negocio no va a dar abasto. Además,
como estrategia comercializadora de primer orden, se va a presentar
oportunamente en la casa de los finados para ofrecer sus encantadores y siempre
eficientes servicios. Es lo mínimo que hay que hacer. A su lado, el señor Felix
Gillie, esa delicada bola de sebo que se dedica a tirar los tejos a la mujer
del señor Trumbull, pero que tiene menos agallas que un colibrí. Ambos son la
sociedad perfecta para el beneficio perfecto. Y si hay que lidiar con el terror
no pasa nada. Para eso existe la catalepsia y algún que otro gato negro que
parece remitir al señor Poe. La funeraria Hinchley y Trumbull proporciona los
mejores sepelios de la comarca. Con ataúd incluido, claro.
Por supuesto, el señor
Waldo Trumbull se casó con la hija del señor Hinchley, que aún anda por ahí sin
expresar nada con demasiada coherencia, solamente para controlar el negocio
que, por la época, era una floreciente marca de los servicios morbosos. Sin
embargo, la capa caída parece que se ha adueñado de los hombros de la muerte y
resulta que no se muere nadie. El señor John Black quiere el pago del alquiler
y, por eso, Trumbull toma una decisión radical. Es sólo para salvar el negocio
mientras el señor Black se pregunta una y otra vez qué lugar es este.
Maravillosa comedia
terrorífica, que toma como modelo los múltiples intentos en el género de Roger
Corman, para juntar a la flor y tinta del cine de género con Vincent Price,
Peter Lorre, Boris Karloff, Basil Rathbone y Joyce Jameson bajo la cámara
irónica y decididamente sarcástica de Jacques Tourneur. Sin demasiado
presupuesto, ni falta que hace, las situaciones cómicas se suceden, el ridículo
se pone al servicio del horror y las carcajadas no tardan en brotar como
crisantemos en túmulo. El humor negro es toda una virtud en esta película. Y
hay que unirse a él sea como sea.
Así que no dejen de azuzar a los caballos del coche fúnebre para llegar a tiempo a los decesos que, sorprendentemente, acaecen en la pequeña localidad de Nueva Inglaterra donde parece que hay un incremento sustancial de la mortandad. Son esas cosas que pasan. Las tumbas deben abrirse para acoger con brazos abiertos los huesos maltrechos de los desafortunados y las facturas deben circular con celeridad. No hay nada mejor que una buena cena para celebrarlo con vino a mansalva, humor en el momento justo y la sempiterna pregunta que golpea una y otra vez nuestros malhadados tímpanos: ¿Qué lugar es este? Si tienen voz fuera del sarcófago, por favor, contesten. La muerte, a veces, se resiste reiteradamente. ¿Qué lugar es este?
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