viernes, 11 de marzo de 2022

GATTACA (1997), de Andrew Niccol

 

Imaginemos un futuro en el que, en el mismo instante del nacimiento, un simple análisis del ADN ya nos predice las enfermedades que padeceremos y la esperanza de vida que tendremos. El paraíso genético hecho realidad. Y eso haría que naciera en la sociedad un nuevo tipo de racismo como es el de la superioridad genética. Imaginemos también que hay un rebelde que se niega a pertenecer a los deformes, a aquellos que, aparentemente no tienen ningún defecto, pero que el análisis del nacimiento condenó a la imperfección. Puede que no fuera un problema demasiado insalvable, pero la sociedad ha impuesto controles de sangre y de orina a cada paso. Si quieres acceder a un trabajo, bueno, la entrevista es un bote de plástico. Si quieres formar parte de una expedición a las estrellas, tienes que ser perfecto, sin taras de ninguna clase. Lo peor de todo es que hay un asesinato de por medio y es bastante posible que el crimen lo haya cometido un deforme. No puede ser de otra manera. Los seres impolutos no se rebajan a las más profundas pasiones humanas. Al fin y al cabo, tampoco saben amar muy bien… ¿cómo van a saber matar?

El caso es que ese rebelde ha luchado para irse a otro planeta, del que no sabemos nada, para no hacerse más análisis, no tener que identificarse a través de sus fluidos. Ha ideado un plan muy astuto, con un tipo inválido que proporciona todo lo que necesita para engañar a los poderes establecidos con su orina y con su sangre. Es curioso. Es inválido, pero es genéticamente perfecto. Mientras tanto, el protagonista es totalmente válido, pero es genéticamente deforme. Eso da una idea de lo cruel y peligrosa que puede llegar a ser la ciencia si es utilizada de forma tan retorcida que se transforma en un estilo de vida. Quizá haya alguna mirada indulgente, y alguna que otra casualidad en la investigación, pero el sistema puede ser engañado con imaginación, voluntad y pura determinación. En el mundo perfecto también hay grietas.

Hay que reconocer que Gattaca es una película muy interesante, que juega con los misterios humanos a la vez que también pone en liza las contradicciones genéticas, los estúpidos controles que sólo tratan de domesticar al ser humano como miembro de una manada. La excusa es la perfección. La salida es el misterio. Ethan Hawke está tremendamente contenido, Jude Law compone un papel que puede caminar entre la compasión y la rebeldía interior, Uma Thurman es la espectadora que sólo podrá ser una fracción de tiempo, Loren Dean tratará de investigar el crimen…pero sólo hasta cierto punto, y Alan Arkin intentará llegar al fondo dando a su personaje un aire de detective de los años cuarenta, con sus diálogos mordientes y su lado equivocado.

Y es que es muy difícil mantener la cabeza fría en un mundo que sólo se preocupa del grupo al que pertenece tu sangre y de la calidad de la orina que segregas. Sólo el sueño se interpone entre la realidad y la imaginación y es posible que sea el momento de vencer las estúpidas barreras que se impone el ser humano. La respuesta puede estar allí arriba, en ese lugar del que, al fin y al cabo, no sabemos nada.

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