A veces, hay que
hundirlo todo para reivindicar tu propio nombre. Los muros de la incomprensión
se alzan como olas de ocho metros ante una actitud que puede parecer lunática,
pero que guarda una razón invisible. Tal vez se quiera destapar las verdaderas
intenciones de unos cuantos armadores que, con tácticas algo mafiosas, deseen
obtener un beneficio de mala manera. O, es posible, que todo sea producto de
una mente alucinada, bañada en sal y en espuma, que ya no es capaz de distinguir
entre sueño y realidad. Las miradas se suceden y los secretos se amontonan. Se
trata de decir la verdad. Y no sólo eso. Se trata de intentar que te dejen
decir la verdad. Y, en ocasiones, el mundo se confabula para hacer oídos
sordos. A la verdad. A la mentira.
El Capitán Patch es el timón de la desesperación. Con su
mirada inquieta, dice todo lo que es necesario y no es capaz de expresar. Puede
que esa herida en la cabeza le haya afectado y crea que el naufragio del Mary Deare haya sido un momento de
locura en el que se precipitó sin freno. Las aguas del océano deberán cambiarse
por las maderas nobles de la corte judicial y será inevitable volver al barco,
al lugar del crimen, a la prueba evidente de su verdad o de su incompetencia.
John Sands observa a Patch con distancia y, a la vez, con deseos de comprender
a ese hombre que lo ha perdido todo y que clama justicia porque tiene una razón
para haberlo hecho. La fanática determinación del Capitán Patch le impulsará a
darle una última oportunidad para demostrar que lo que dice es cierto. Puede
que no todo sea el dinero. Puede que haya que dejar paso a la humanidad que se
le supone a un lobo de mar.
Michael Anderson
dirigió esta película con Gary Cooper, Charlton Heston, Michael Redgrave,
Richard Harris y Cecil Parker dejando que el misterio envolviese todos los
actos de los protagonistas. Con una pericia maravillosa en las secuencias
marítimas, en las que desborda el realismo y se huye de la maquetación
acertadamente, Anderson se hizo con el proyecto de esta película después de que
el propio Alfred Hitchcock lo descartara porque no le parecía suficientemente
interesante. Al final, el propio maestro alabó el trabajo de Anderson porque
supo sacar todas las posibilidades a la historia. Por supuesto, sin la fascinación
propia de los trabajos de Hitchcock, pero con profesionalidad y dedicación
aseguradas.
Así que es el momento de confiar en el otro cuando se está al final de la soga. Sin preguntas. Sólo intentando buscar la oportunidad de la evidencia, de la respuesta lógica, del sentido común. No es fácil otorgar la confianza a un hombre sin que te diga por qué te la solicita. Hay que tener un presentimiento fuerte, una determinación indomable, una sensación de que la verdad existe en algún lugar de ese capitán que encontró en medio del océano intentando hundir su propio barco. Eso no lo hace cualquiera.
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