En
la oscuridad de los túneles del alcantarillado de la información puede que haya
un celador que trate de que el daño sea el menor posible en aras de una ética
que no está demasiado de moda entre los servicios de inteligencia. Tal vez, en
algunas ocasiones, sea un oficio totalmente necesario y, en otras, sea una
mecha encima de un barril de pólvora sobre unas cuantas personas que no lo
merecen. Él trata de no perder lo poco que le queda de alma e, incluso, intenta
aplicar un cierto sentido de la justicia cuando algo clama al cielo. Y es el
único que tiene el nombre del código que puede levantar todas las tapas de la
cloaca.
En su devenir, en
cualquier caso, existe un sentido profesional que no abandona, por muy fea que
sea la situación. Siempre teniendo en cuenta que se ocupa de varios asuntos al
mismo tiempo, como una olla exprés de silbido susurrante en un inquietante
presentimiento de que los hilos son manejados por los marionetistas oficiales.
Quizá sea consciente de que, más que un servicio de información del Estado, se
halla al frente de una unidad de chantaje, de extorsión y manipulación que
resulta casi imposible de detener. Y muchos de los casos a los que tiene que
hacer frente no son, precisamente, necesarios más que para un supuesto orden
dictado por los que poseen el poder. En su mirada, hay una cierta incomprensión
hacia todo el entramado de espionaje de bajos vuelos. Ya no tiene nada que ver
con la defensa de un país o de los intereses nacionales. Todo se reduce hacia
mantener, de forma impensable e irreductible, una pizca de honestidad.
Jorge Coira ha dirigido
con habilidad y con algún que otro error un inteligente guión de Jorge
Guerricaechevarría con un estupendo Luis Tosar al frente. En su manera de mirar
se hallan todas las confusiones y determinaciones posibles de un espía al que
no siempre le ordenan lo correcto. A su lado, o más bien encima de él, Miguel
Rellán hace de la calma su principal aliado, sin levantar la voz en una sílaba
y con apenas cuatro escenas, el actor ofrece un recital de frialdad militar,
una especie de Manglano que no posee ningún escrúpulo para llegar hasta la
alcoba de cualquiera con tal de convertirse en el cabecilla de una red de
chantajistas que actúan antes del hecho con singular tino. Ya saben, cuando los
servicios de inteligencia se mueven, sienten y actúan es cuando existe la total
certeza de que el fascismo sigue existiendo.
Con el antecedente de La vida de los otros presente en todo momento, es imperioso rellenar los huecos que se originan en mundos de poder como el del fútbol, el de la política o el de las drogas. Por ahí detrás, en un segundo plano, como una especie de seguro de vida, está la prensa, la de verdad, la que informa sin cortapisas ideológicas y que hay que identificar entornando los ojos y seleccionando con inteligencia. Por el camino, sin duda, habrá víctimas que estarán condenadas de por vida a no poder reparar ciertos errores, a tener siempre una deuda pendiente para que no salgan a la luz secretos de noches locas o de curvas peligrosas. Y algún puñetazo habrá que asestar de vez en cuando. Al fin y al cabo, también hay niñatos que merecen un par de cicatrices en su inmaculada piel de corta listeza. Así que tengan cuidado con la cámara del ordenador, con el rastro del móvil, con la inacabable mentira de las redes sociales. Puede que en algún lugar esté vigilando el celador de las cloacas, dispuesto a guardar en un archivo todo lo que sabe, todo lo que ve y, también, todo lo que siente.
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